17:08
0

 En el antiguo Oeste, en un pueblo llamado Dusty Hollow, vivía un viejo buscador de oro llamado Jeb. Dusty Hollow era un lugar desolado, donde los vientos aullaban como almas perdidas y las noches eran tan oscuras que parecían tragarse la luna.

Jeb vivía en una cabaña en las afueras del pueblo, junto a la mina abandonada. La mina había sido cerrada años atrás, después de que una serie de accidentes mortales la dejara con la reputación de estar maldita. Pero Jeb, un viejo lobo solitario, no era de los que se asustaban fácilmente.

Una noche, mientras Jeb estaba sentado en su porche, escuchó un ruido proveniente de la mina. Al principio, pensó que era el viento, pero luego escuchó un sonido que le heló la sangre: el eco de un pico golpeando la roca.

Intrigado y un poco asustado, Jeb tomó su linterna y se dirigió a la mina. A medida que se adentraba en la oscuridad, el sonido del pico se hacía más fuerte. Finalmente, llegó a una cámara donde vio una figura encorvada, golpeando la roca con un pico.

La figura era un hombre, pero no cualquier hombre. Tenía la piel gris y arrugada, los ojos hundidos y brillantes, y llevaba la ropa de un minero del siglo XIX. Jeb se quedó paralizado mientras el fantasma levantaba la vista y lo miraba con ojos vacíos.

"¿Quién eres tú?" preguntó Jeb, tratando de mantener la voz firme.

"Soy un hombre condenado", respondió el fantasma. "Fui atrapado en un derrumbe hace más de cien años. Ahora estoy condenado a buscar oro eternamente, sin encontrar nunca suficiente para pagar mi libertad."

Jeb sintió una punzada de simpatía por el fantasma. "¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte?" preguntó.

El fantasma le dio una sonrisa triste. "Solo hay una cosa que puede liberarme", dijo. "Necesito encontrar una pepita de oro del tamaño de un corazón de hombre. Pero he buscado durante cien años y nunca la he encontrado."

Jeb pensó en el pequeño montón de oro que había acumulado durante sus años de búsqueda. No era mucho, pero tal vez fuera suficiente. "Tengo algo de oro", dijo. "No es del tamaño de un corazón de hombre, pero tal vez pueda ayudarte."

El fantasma pareció sorprendido. "¿Me darías tu oro?" preguntó.

Jeb asintió. "Si eso puede liberarte, entonces es tuyo."

El fantasma extendió una mano temblorosa y Jeb le entregó su oro. Por un momento, el fantasma pareció brillar con una luz dorada. Luego, con un suspiro de alivio, desapareció.

Jeb volvió a su cabaña, sintiéndose más ligero de lo que había sentido en años. A la mañana siguiente, los habitantes de Dusty Hollow se despertaron para encontrar la mina llena de oro, más oro del que jamás habían soñado.

Desde aquel día, Dusty Hollow prosperó y Jeb fue considerado un héroe. Pero siempre recordó la lección que aprendió aquella noche: que a veces, el verdadero valor no se mide en oro, sino en la voluntad de ayudar a los demás, incluso si son fantasmas condenados a buscar oro eternamente.

0 comentarios: