La carretera
Antonela conducía por una carretera solitaria en una noche oscura y tormentosa. La lluvia golpeaba el parabrisas de su viejo automóvil, dificultando la visibilidad. A lo lejos, divisó una figura encapuchada haciendo señas para que se detuviera. Aunque algo temerosa, decidió detenerse y ofrecer ayuda.
La figura encapuchada resultó ser un hombre llamado Raúl, quien le explicó que su auto se había averiado y necesitaba llegar a la siguiente ciudad. Antonela accedió a llevarlo, y juntos continuaron por la carretera. Poco después, se encontraron con un grupo de personas que también necesitaban ayuda: una mujer llamada Laura, un hombre llamado Ernesto y una niña llamada Sofía. Todos ellos habían sufrido accidentes o averías en sus vehículos y buscaban refugio.
A medida que avanzaban, Antonela comenzó a sentirse incómoda con sus pasajeros. Notó que susurraban entre ellos y la observaban con recelo. De repente, el auto se detuvo en seco, y todos se quedaron en silencio. Antonela intentó arrancar el motor, pero no tuvo éxito. Estaban varados en medio de la carretera, rodeados de oscuridad y lluvia.
Ernesto sugirió que caminaran hasta una casa abandonada que había visto a lo lejos. A regañadientes, Antonela aceptó, y todos se dirigieron hacia la casa. Al llegar, descubrieron que la puerta estaba abierta, como si alguien los estuviera esperando. Con cautela, entraron y comenzaron a explorar.
En el interior, la casa estaba llena de objetos extraños y perturbadores: muñecas rotas, manchas de sangre en las paredes y un olor fétido que impregnaba el aire. Antonela sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero decidió seguir adelante, guiada por la necesidad de encontrar ayuda.
Mientras exploraban, Laura desapareció sin dejar rastro. El grupo se dividió para buscarla, pero en lugar de encontrarla, se toparon con más horrores: esqueletos en el sótano, una habitación llena de cuchillos ensangrentados y un diario que relataba los macabros experimentos realizados en la casa.
Antonela, cada vez más aterrorizada, decidió que era hora de irse. Sin embargo, al intentar salir, descubrió que la puerta estaba cerrada con llave. En ese momento, Raúl reveló su verdadera identidad: era el dueño de la casa y había estado atrayendo a personas a su hogar para realizar experimentos y torturas. Los demás pasajeros eran cómplices en sus crímenes.
Antonela, desesperada, buscó una salida mientras sus captores se acercaban. Encontró una ventana rota en el segundo piso y, sin pensarlo dos veces, saltó al exterior, aterrizando en el suelo empapado. Corrió hacia la carretera, pero sus perseguidores no estaban lejos.
En un último y desesperado intento por escapar, se lanzó frente a un camión que pasaba. El conductor, incapaz de detenerse a tiempo, la atropelló, provocando un final sangriento y estremecedor. Los captores, al ver lo sucedido, huyeron de la escena, dejando atrás la casa de horrores y el cuerpo destrozado de Antonela en la carretera.
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